El gran cese de actividades dentro del transporte aéreo mundial ha sido uno de los principales fenómenos que trajo consigo la COVID-19, generando grandes dudas y preocupaciones para la industria turística, siendo esta en particular una de las más afectadas en este 2020. Y es, sin duda, el turismo y los servicios conexos uno de los sectores de mayor relevancia y crecimiento sostenido para la economía global recientemente, más aún en países emergentes que encontraron un gran potencial en la explotación de sus paisajes paradisíacos, ricas culturas y potencial inversionista con enfoque en infraestructura, seguridad y sostenibilidad.
En cuanto han avanzado las medidas de control y confinamiento para frenar las curvas de contagio, a nivel mundial se direccionó el cierre de fronteras (terrestres, acuáticas y aéreas), buscando proveer una contingencia al movimiento de personal potencialmente infectado. Esto, desde mediados de marzo ha relegado al turismo dentro del grupo de actividades económicas con menor interés e incidencia en las carteras nacionales, con especial atención en mercados emergentes con altos niveles de informalidad y fragilidad dentro de los diversos niveles de la cadena.
Esta afectación general ha supuesto un nuevo reto para los países emergentes, en especial aquellos en latinoamérica, cuyas economías decrecientes muestran claros signos de preocupación e impotencia ante la necesidad de reactivación bajo estrictas medidas de bioseguridad, así como la urgencia de implementar planes de contingencia que impidan despidos masivos y cierres definitivos de hoteles, agencias, centros de entretenimiento, entre otros. Sin embargo, estos planes parecen cada vez menos claros ante las urgencias de cada territorio y las decisiones tomadas de manera independiente por los gobiernos, sin dar suficiente tranquilidad a los actores de la cadena que ven en 2020 un posible “año perdido”.
Colombia, por su parte, se encuentra liderando protocolos de reactivación bajo diversas limitaciones de las actividades permitidas por sus Ministerios de Comercio, Salud, Transporte e Interior, registrando uno de estos primeros pasos en el Decreto 1076 de julio del 2020 clasificando aquellas regiones que tengan poca o nula presencia de casos positivos de COVID-19, pudiendo solicitar permisos excepcionales para reiniciar actividades turísticas. Sin embargo, aún el camino por recorrer resulta largo, demorado y agitado, comprendiendo la implementación de nuevas medidas sanitarias, así como la puesta en marcha del transporte local e internacional que garantice ingresos considerables para los empresarios nacionales y disposiciones para evitar pérdida de empleos directos, calculados actualmente en 150.000 según el Centro de Pensamiento Turístico de Colombia.
Aceptar esta “nueva normalidad” tras el establecimiento de la pandemia de este coronavirus ha desestimado las positivas perspectivas del sector en el país, dado que para 2020 se esperaba un aporte al PIB colombiano de $37,3 billones (USD $) con un crecimiento entre 3.5 y 3.8%, lo cual suponía un récord en los últimos 15 años gracias al posicionamiento internacional que la nación cafetera ha logrado, al igual que su atractiva moneda (en gran medida por la devaluación existente) haciéndolo un destino más económico y de gran interés para viajeros de todas las edades y orígenes.
Dentro de esta reapertura y considerando el panorama sanitario actual colombiano, septiembre se vislumbra como un mes de alta importancia para el sector turístico, contemplando el inicio de rutas aéreas piloto interconectando a Bogotá (capital del país) como eje de conexión nacional y punto de partida para evaluar el impacto del sector en el volúmen de contagios locales. Así, el día primero será de alta expectativa al suponer el regreso de rutas nacionales a destinos atractivos, tales como Cartagena, Leticia y San Andrés. ¿Será esto suficiente para reestructurar un sector golpeado cada vez más por la incertidumbre? Por el momento, el futuro próximo sugiere un turismo “regional” en vez de internacional, cubriendo cortas distancias y bajo estrictos protocolos de bioseguridad, además de turistas con mayor aprecio por la flexibilidad, evitar contagios, menos exposición pública y mayores servicios personalizados.
Por el momento, latinoamérica, a excepción de México, mantiene sus fronteras cerradas a la espera del desarrollo de esta coyuntura, así como esperando mayor inversión de cara a 2021, recordando que en tiempos de “crisis” es cuando más oportunidades pueden encontrarse y, en este caso, a buen precio. Por esto, países como Colombia están reestructurando su estrategia de turismo con enfoque regional para atraer turistas regionales, especialmente Argentina, Chile y Perú, generando diversas citas de negocio y alianzas para pasar del “aislamiento” al “alistamiento”.
Artículo escrito por: Nicolás Torres