Como nunca antes visto por las generaciones presentes, miles de personas han salido a las calles de las principales ciudades colombianas tocando cacerolas, ollas y sartenes exigiendo igualdad, equidad, justicia social, entre otras querellas. A través de redes sociales se han citado en plazas y lugares icónicos convocando “paros” y ceses de actividades hasta obtener soluciones de fondo a sus peticiones. Este panorama, sin embargo, es sólo un reflejo de un fenómeno que se ha extendido en 2019 a lo largo de latinoamérica ante los ojos del mundo, el cual se pregunta ¿qué está pasando? y, sobretodo, ¿cuándo parará?
Si bien se han observado levantamientos socio-políticos en diversos hemisferios, lo que se evidencia en Colombia es un fenómeno diferente e interesante, dadas las condiciones macroeconómicas positivas y estables de un país en constante crecimiento en su PIB (según CEPAL, en 2019 será la segunda economía con mayor aumento porcentual sólo por detrás de Bolivia). Sin embargo, el desempleo, al igual que diversos temas como las reformas tributarias recientes y el aumento en la carga impositiva de los hogares, los escándalos de corrupción, la depreciación del peso y el déficit en la balanza comercial son aún temas sensibles por los que el gobierno es cuestionado y espera pronto resolver.
Más allá del ruido de los “cacerolazos” y las marchas sociales, el país vive un momento que contrasta drásticamente en materia económica. Muchas de sus industrias crecen y se fortalecen ante la turbulencia local y extranjera (sin olvidar la guerra comercial entre EE.UU. y China o la oleada de inmigrantes venezolanos -en su mayoría- reciente). Ejemplo de esto es el sistema financiero, el cual se ha consolidado con bancos multilatinos con utilidades ascendentes a USD$2.3 billones (28,6% más frente al mismo período del año anterior), al igual que la agroindustria que ha conseguido expandir sus fronteras comerciales y ampliar mercados para productos como frutas exóticas (la uchuva y la gulupa), el aguacate hass, la naranja y la cannabis. Todo este panorama demuestra una coyuntura importante donde la confianza empresarial se torna clave para sopesar las pérdidas económicas que se deriven del cese de actividades y del temido incremento en el riesgo país.
En palabras del presidente de ProBogotá Región, Juan Carlos Pinzón, durante el evento “La confianza nos impulsa” desarrollado por APD el 29 de noviembre, “los empresarios son elementos clave para nuestra sociedad y, a pesar de nuestras dificultades históricas, son éstos quienes han sido resilientes contribuyendo al desarrollo del país”. La confianza es importante para avanzar y el país lo sabe. Prueba de esto son los grandes aportes en inversión extranjera por USD$7.273 millones vistos en el primer trimestre de este año, siendo 24,4% más que en 2018.
Y es justamente la confianza que se ha tornado un tema crucial en las mesas de diálogo nacionales. Desde el 21 de noviembre (justamente el primer día de las manifestaciones) se han generado encuentros, como éste, entre sectores público y privado para consolidar estrategias que permitan mantener la calma y fortalecer dicha confianza para el desarrollo de proyectos de alta envergadura y complejidad que repercuten directamente en la competitividad nacional, tales como la construcción del metro de Bogotá (firmado el 27 de este mes), los parques renovables a lo largo del país (incluidos en la última subasta de energía en octubre pasado) y ejecución de infraestructura vial 5G (quinta generación), entre otros.
Colombia continúa por una senda optimista y, especialmente el sector privado sabe que, donde exista incertidumbre, también hay oportunidades. Con la esperanza de crecer a ritmos de 3.5% en 2020 frente al 1.4% proyectado en la región, el país entero busca aprovechar este momento histórico para replantear y corregir rumbos que continúen demostrando el atractivo potencial nacional para hacer negocios.